Bicentenarios en América Latina: Lo que no debemos olvidar

24 / 1 / 2010

Hace doscientos años las elites locales se propusieron, con relativo éxito, destruir las resistencias que al interior de cada nación en formación impedían o retrasaban la consolidación del incipiente proyecto capitalista. Para eso tuvieron que separarse formalmente de las metrópolis y hacerse cargo del poder (o sea, construir estados), en un proceso de independencias que no hizo más que modificar el estatuto colonial por uno de carácter neo-colonial. Del dominio español y portugués se pasó al británico. En el fondo, se trataba de profundizar la división internacional del trabajo.Un ejemplo poco conocido permite comprender cómo la

Las nuevas repúblicas asumieron su papel. Los mapuche que habitaban lo que hoy es Chile, consiguieron imponer su autonomía e independencia a la Corona española durante 260 años. Recién fueron doblegados a fines del siglo XIX por el Estado independiente de Chile. Se estima que a la llegada de los españoles había un millón de mapuche, concentrados sobre todo en la Araucanía (territorio entre Concepción y Valdivia). Entre 1546 y 1598 los mapuche resistieron con éxito a los españoles. En 1554 Pedro Valdivia, Capitán General de la Conquista, fue derrotado por el cacique Lautaro cerca de Cañete, hecho prisionero y muerto por “haber querido esclavizarnos”.

Pese a las epidemias que se cobraron un tercio de la población mapuche, tres generaciones de caciques resistieron con éxito las embestidas de los colonizadores. En 1598 la superioridad militar mapuche, que se convirtieron en grandes jinetes y tenían más caballos que los ejércitos españoles, puso a los conquistadores a la defensiva. Destruyeron todas las ciudades españolas al sur del Bío Bío, entre ellas Valdivia y Villarrica. El 6 de enero de 1641 se reunieron por primera vez españoles y mapuche en el Parlamento de Quilín: se reconoce la frontera en el Bío Bío y la independencia mapuche. El Parlamento de Negrete, en 1726, reguló el comercio que era fuente de conflictos. La economía minera de la nueva república independiente necesitó, luego de la crisis de 1857, extender la producción agrícola. A partir de 1862 el ejército comenzó a ocupar la Araucanía. Hasta 1881, en que los mapuche fueron definitivamente derrotados, se desató una guerra de exterminio. Tras la derrota los mapuche fueron confinados en "reducciones": de los 10 millones de hectáreas que controlaban pasaron al medio millón, siendo el resto de sus tierras rematadas por el Estado a privados. Así se convirtieron en agricultores pobres forzados a cambiar sus costumbres, formas de producción y normas jurídicas.

En el conjunto del continente las independencias tuvieron ganadores y perdedores. Entre éstos, figuran en lugar destacado los pueblos indígenas junto a los afrodescendientes. Para los de abajo las cosas empeoraron considerablemente, en todos los países y siempre por las mismas causas: la expansión del capital. La relativa autonomía que habían conservado los indios bajo la colonia, fue meticulosamente cercenada por las repúblicas. Ese era el precio para imponer el modelo modernizador que buscaba homogeneizar social y culturalmente las nuevas naciones, ya que el progreso requería anular todo aquello que se consideraba como rémoras del pasado.

Sobre este tema hay mucho escrito y no hace falta profundizar. Sin embargo, parece necesario preguntarse por las razones que llevan a los de arriba a festejar los bicentenarios. Encuentro dos razones básicas: las del capital y las de los estados-nación. Los primeros celebran dos siglos de profunda penetración en el continente, que dado pasos de gigante en los últimos veinte años neoliberales. De algún modo, el modelo neoliberal tiene empatía con el colonialismo y abunda en sus mismas características asentadas en la acumulación por desposesión: apropiación de los bienes comunes, marginación de los pueblos, aniquilación de la soberanía nacional, entre los más destacados.

Sólo recordar que las multinacionales españolas (Repsol, Santander, Telefónica) tienen en América Latina su mayor fuente de ganancias. Algo similar puede decirse de las grandes mineras canadienses y estadounidenses que tienen sus mayores reservas de oro, plata y otros minerales en la región andina. Un tercio del petróleo que importa Estados Unidos proviene de Sudamérica y aquí se producen la mitad de los agrocombustibles del planeta, con los que el capital espera poder contar para superar la crisis del peak oil. ¿Cómo no va a celebrar el capital el Bicentenario, si fue ese enroque neocolonial lo que hizo posible que la acumulación originaria de la Conquista siguiera siendo uno de los modos prioritarios de enriquecimiento de las metrópolis?

Los estados celebran precisamente los doscientos años de su nacimiento. Podríamos preguntarnos qué hay que celebrar, toda vez que, como apuntan los bolivianos, se trató de estados coloniales que recién ahora hay alguna posibilidad de descolonizar. O sea, porqué los gobiernos progresistas y de izquierda celebran el nacimiento de estados que no fueron más que modos de perpetuar el colonialismo. Sería posible, y deseable, celebrar los alzamientos del abajo, aquellos movimientos encabezados por los sectores populares e indígenas. Eso sería tanto como homenajear la revolución haitiana, así como las rebeliones de Tupac Amaru y Tupac Katari, las resistencias quilombolas y cimarronas, las montoneras artiguistas, la heroica resistencia del pueblo paraguayo, y tantas luchas que le podrían haber dado sentido y contenido a la independencia de España y Portugal.

Sería tanto como celebrar derrotas. Pero, por sobre todo, sería condenar a los perpetradores de tantos genocidios, que son precisamente las elites que fundaron los estados-nación. Nadie es tan tonto como para celebrar aquellos hechos que lo delatan. Por eso las clases dominantes y las elites políticas latinoamericanas pasaron por alto la grandes rebeliones de fines del siglo XVIII, que fueron las que verdaderamente debilitaron la presencia colonial y abrieron paso al período independentista. Los procesos registrados hace dos siglos amarraron una alianza entre el capital y los estados que aún se mantiene en pie. De hecho, eso es lo que festeja el arriba.

No podemos esperar otra cosa. Para celebrar a los verdaderos revolucionarios de aquél período, para evitar que todas esas luchas no caigan en el olvido, ahí están los movimientos sociales. Si alguien quiere refrescar la memoria y además recibir una lección de historia del abajo, puede fijarse en los nombres de los miles de asentamientos del Movimiento Sin Tierra de Brasil. Por el contrario, entre los “héroes” del Bicentenario predominan hacendados, obispos y militares.